El mes pasado, Rafael Nadal ganó su 14º torneo de Roland Garros, con 36 años. Con ello, logró convertirse en el jugador más veterano en ganar dicho torneo y seguir consolidándose como el tenista con mayor número de Grand Slam de la historia. Rafa Nadal es mundialmente conocido no solo por su talento, si no por ser considerado un verdadero emblema de esfuerzo y garra, ya que, pese a los años y las lesiones a cuesta, nunca se rinde y no para de ganar.
Una de las primeras lecciones que recibí cuando empecé a jugar tenis, fue sobre cómo pararme en la cancha. Me dijeron “no te quedes parado en la mitad. Párate adelante pegado a la red para el juego corto, o atrás del todo, para el juego largo. Pero si te quedas al medio, estás frito”. Este consejo me quedó grabado y probaría ser muy útil en el futuro.
Durante mis primeros años de emprendimiento, me frustraba ver que los resultados que obtenía no eran los que yo tenía planeados, pese al esfuerzo que le ponía. Así que empecé a cuestionar mi modelo de negocios y a ponerme creativo. Fui agregando nuevas líneas de productos, nuevos segmentos de clientes y probando distintas cosas, con la esperanza que al hacer esto, estuviese maximizando mis chances de que alguna tuviese la potencia necesaria para lograr esos grandes resultados que buscaba. Conforme pasaba el tiempo, me empecé a dar cuenta que además de agregar nuevas fuentes de ingreso, también había agregado nuevos procesos, bastante diferentes a los que tenía antes y con ello, necesitando nuevas personas en el equipo, con distintas habilidades.
Sin darme cuenta, como consecuencia de mi proceso creativo, terminé con dos modelos de negocios distintos, dentro de una misma empresa. Sin darle más vueltas seguí para adelante, ahora consiguiendo avances, pero a costa de un esfuerzo mucho mayor. A medida que los nuevos resultados llegaban, pero sin ser éstos todavía los que quería, comencé a cuestionarme qué estaba haciendo mal nuevamente.